Lo que el 2016 se llevó…

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Ponerse en los zapatos del otro

Armando Ríos Piter

@RiosPiterJaguar

Ciudad de México, 28 Dic.- Este año, a mi parecer, significa un fin de ciclo para México, donde es necesario reiniciar el sistema, apretar el botón de reset.

El 2016 comenzó con un evento festivo que se convirtió en tragedia y está terminando de la misma forma. En ambos casos, la seguridad y el bienestar de una sociedad donde las leyes se respetan y cumplen para todos, son algo que sigue sin existir.

El 2 de enero pasado, a un día de celebrar su toma de posesión, y anunciar mano firme contra los corruptos y en favor del imperio de la ley en su municipio, la alcaldesa de Temixco en Morelos, Gisela Mota, fue asesinada a las puertas de su casa. Casi doce meses después, y a cuatro días de la Navidad, en Tultepec, Estado de México, explotó el mercado de fuegos artificiales más famoso del país y, supuestamente, el más seguro de América Latina, dejando decenas de muertos y heridos.

En lugar de una fiesta democrática por el inicio de una nueva gestión municipal, a cargo de una mujer, o de celebraciones de fin de año con explosiones y luces de colores en el cielo hay llanto y luto. Porque lo que está escrito en leyes, códigos y reglamentos no se traduce en una vida ordenada y en paz. Porque en nuestro país la anormalidad se ha convertido en normalidad.

Entre enero y diciembre se dieron muchas noticias que retratan esta “normalidad mexicana”: un juez federal y otros dos presidentes municipales asesinados, lo mismo que varios civiles durante una manifestación en Nochixtlán contra la Reforma Educativa o un grupo de soldados del Ejército en una emboscada en Sinaloa; además de gobernadores y exgobernadores, desde Sonora hasta Quintana Roo, acusados de una corrupción epidémica; una senadora de la República golpeada salvajemente por un grupo de hombres, y miles de compatriotas que mueren cada mes, a manos del crimen organizado.

De esta manera, México acumula récords internacionales como una de las naciones con más bajo índice de Estado de derecho, y se convierte en la piñata favorita de un candidato norteamericano, ahora Presidente electo, que bien supo aprovechar este desprestigio para hacerlo resonar durante su campaña, llamándonos violadores, asesinos y narcos, y de esta forma justificar deportaciones masivas y la construcción de un muro en la frontera.

A la par de todo esto, en 2016 tuvimos un gran debate en torno al Sistema Nacional Anticorrupción, que finalmente fue aprobado, aunque con el mal sabor de boca de una iniciativa ciudadana, la llamada 3de3, que no fue contemplada en su totalidad. Por otro lado, en un contexto de reformas contra la impunidad, se da un nombramiento al frente de la PGR, cuestionado por su falta de autonomía del Poder Ejecutivo, con lo que seguimos en el gatopardismo, con élites inconscientes de que el cambio profundo que se requiere no se puede postergar más.

Todo esto es evidencia de que estamos viviendo un momento de fin de ciclo, porque nuestro presidencialismo ya dejó de tener los instrumentos que anteriormente le permitieron garantizar gobernabilidad. Nunca más va a regresar para poner orden como lo hizo en el pasado, centrado en el imaginario de la figura de un solo hombre todopoderoso, que tenía todas las correas de transmisión, los sindicatos, las gubernaturas, los medios de comunicación, y cada uno de éstos tenía un designio claro sobre qué tenía que hacer y qué no.

Hoy esa certidumbre se ha transformado en caos, porque ya no hay un hilo conductor que permita la unificación.

Así que, por más errores que cometa el presidente en turno, en la esencia del problema, tal vez a cualquier otro presidente le pasaría exactamente lo mismo, porque lo que se ha acabado es lo que nos daba cohesión y coherencia.

Hoy no queda más que dar un reset, comenzando por ciudadanos comprometidos y miembros de la élite en el poder, que miren por encima del sistema y acepten que el cumplimiento de la ley y el fin de la corrupción, debe ser el nuevo eje de rotación para la actuación pública y privada.

Se trata de un pacto cívico y moral, que nos puede unificar de nuevo alrededor de un experiencia que a la fecha no hemos tenido. Por supuesto habrá quienes sigan resistiéndose, pero el país nuevo lo vamos a construir quienes estamos convencidos de que sólo del respeto a la ley podrá surgir un orden comunitario distinto. Nuestra misión es inspirar y contagiar, para sumar manos y corazones a este reinicio.

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