Ciudad de México, 11 Ago.- ¡Todo lo que hago está mal! Si aparezco, porque aparezco, si me cambié el tinte de pelo, si me visto demasiado elegante, si salí demasiado seria en la foto, si me fui de viaje con mis hijas, si tengo propiedades, si, si, si ….¡Ya estoy harta! De todo me critican. Y ayer aparece una nota más en los periódicos del mundo y de México, que da de qué hablar sobre mi vida privada.
Seguramente estos y otros pensamientos estuvieron pasando por la cabeza de Angélica Rivera, después de que el periódico británico The Guardian diera a conocer, que ocupa un departamento de lujo en Miami, valuado en más de dos millones dólares, presuntamente propiedad del Grupo Pierdant, quien aspira a desarrollar complejos portuarios en el país.
Quizás después de casi cuatro años en el poder, a la Sra. Angélica Rivera aún le cuesta trabajo entender que ya no es actriz de telenovela y que es, ni más ni menos, que la PRIMERA DAMA. Si bien ella sabe que las personas del medio del espectáculo no tienen vida privada, el puesto de Primera Dama está sometido a un mucho mayor escrutinio público, por la responsabilidad y carga simbólica de ese puesto. Por eso, yo le preguntaría a Angélica Rivera: ¿Qué significa para ti ser la Primera Dama de México?
Desde mi punto de vista, el puesto de Primera Dama no sólo es una posición de estatus, ni implica solamente ser la compañía en los viajes oficiales y participar en los eventos sociales del Presidente. Ser la esposa del primer mandatario es un puesto que requiere discreción, educación, prudencia, valores y carisma, pero también una enorme dosis de empatía, humanismo y sensibilidad social. Y está claro que nuestra Primera Dama carece de varias de estas cualidades, entre ellas, la sensibilidad social y ha renunciado a la oportunidad de conectar con la sociedad de una manera cálida, en su calidad de mujer, esposa, madre y profesionista.
Yo no digo que ser Primera Dama sea una tarea fácil e incluso puedo entender que en muchos momentos, pueda existir un deseo profundo y desesperado de querer escapar de una realidad asfixiante de permanente sometimiento al juicio público, y de tener que navegar en las tempestades de una pareja inmersa en la presión del ejercicio del poder. Pero ser Primera Dama implica también esos ingredientes. Digamos que es un paquete “All Inclusive” para bien o para mal.
Por lo tanto, el hecho de que Angélica Rivera decida escaparse por temporadas a la Florida, a la propiedad de uno de los amigos empresarios de Peña Nieto, dándose una vida de Jet Set, me parece un acto de cinismo desde cualquier perspectiva.
A caso este gobierno no tiene la menor idea de lo que significa “no hagas cosas buenas que parezcan malas, ni malas que parezcan buenas” o creen que los mexicanos somos ingenuos para creernos ese cuento, en donde un empresario le hace el “favor” de prestarle su propiedad a la esposa del presidente sin esperar nada a cambio….. ¿Es neta?
Está claro que los favores con favores se pagan y esta administración ha demostrado, en reiteradas ocasiones, esta forma de operar. La residencia ubicada en Lomas de Chapultepec que fue vinculada con Grupo Higa, uno de los contratistas más beneficiados por Enrique Peña Nieto, ha sido insignia de estos entuertos entre el gobierno y el sector privado.
En respuesta a esta bomba mediática, que vuelve a sacudir cualquier intento del gobierno de Peña Nieto por librarse del estigma de corrupción que arrastra desde la revelación de la “Casa Blanca”, la Presidencia de la República, a través de su vocero Eduardo Sánchez, se limitó a descalificar el profesionalismo del medio británico. Lamentó que la investigación se base en meras especulaciones, al apuntar a una empresa que ni siquiera está concursando en ningún proceso de licitación.
Esta nota nos vuelve a confirmar la falta de sensibilidad política y social, tanto del Presidente como de su mujer, frente a la situación tan delicada que atraviesa nuestro país.
Pero si hay algo que celebrar de todo esto, es la creciente presión de los medios impresos, tanto de afuera como de adentro, para evidenciar los excesos de la clase política. Si queremos que las cosas cambien, tenemos que hacernos cargo de nuestra responsabilidad como ciudadanos, de entender la importancia de involucrarnos, participar, ser vigilantes permanentes de la vida pública y denunciar los abusos del poder. Eso es lo que llamo un despertar ciudadano.