Ciudad de México 24 de mayo
Con base en esta ley, la PROFECO concede al consumidor siete derechos: a la información, a elegir, a no ser discriminado, a la protección, a la educación, a la seguridad y calidad, y a la compensación.
Sin restarle valor, este primer enfoque de derechos reconocidos de forma legal es limitado. La protección a la vida y la salud no se cumple de manera cabal desde el momento en que consumimos miles de sustancias químicas que se añaden, cin ninguna responsabilidad a los alimentos procesados, sin ser informados (los consumidores) acerca de sus altos riesgos; mientras desconocemos la manera de cómo contribuimos -mediante nuestro consumo diario- al deterioro de nuestro entorno, del planeta en general, de nuestra salud y a fin de cuentas, de nuestra vida.
Tampoco se ejerce por completo el derecho a la educación y la información. Por si esto fuera poco, la reparación de daños provocados por el consumo de productos o servicios, en su gran proporción no es cubierta por los proveedores, ya que los costos los asumen directamente los propios afectados o indirectamente los contribuyentes, cuando el Estado en cuestión decide asumir la responsabilidad de la reparación.
El derecho a la vida y a la salud es el primero y fundamental de todos los derechos que los humanos poseemos. Por ello, los proveedores de bienes y servicios están obligados a en verdad respetar y garantizar el derecho de los consumidores a la vida, la salud y la seguridad. La Ley Federal de Protección al Consumidor ha establecido el derecho a la vida y la salud en su artículo 1, haciendo saber que, cuando un bien o servicio se considera potencialmente dañino para el consumidor o nocivo para nuestro medio ambiente, el proveedor está obligado a dar toda la información necesaria al respecto. Caso contrario, tendrá que corregir y reparar todos los daños provocados al consumidor (artículo 41). Con todo, los ciudadanos consumimos en nuestros alimentos, sin saberlo, una enorme cantidad de aditivos químicos, hormonas, residuos de antibióticos y agroquímicos de probadas consecuencias dañinas.
Por otro lado, al nosotros consumir ciertos productos o hacer uso de algunos servicios diversos, podemos afectar de forma directa al medio ambiente (destruyendo la capa de ozono o provocando el cambio climático), a grado tal, que la inminente degradación ecológica provocada se torne en una amenaza letal para nuestra salud y nuestra vida, así como para la de las generaciones venideras. Por ello, algunas naciones han reconocido el altísimo riesgo de diversas sustancias y han decidido prohibirlas. Es el caso de los ftalatos, mismos que se utilizan para darle flexibilidad al PVC. No obstante que los ftalatos sean cancerígenos y que se desprendan muy fácilmente del PVC, se utilizan en los juguetes y, en especial, en mordederas, chupones y otros artículos que niños menores de tres años se llevan a la boca.
Debido a lo cual, la Unión Europea prohibió el uso de estas sustancias en juguetes para menores de tres años; mientras que en otros países –México entre ellos- se tolera su presencia en artículos para bebés sin siquiera dar la información necesaria a los consumidores con relación a los altos riesgos. El anterior ejemplo es sólo uno de la gran variedad de químicos que existen y a los que día a día estamos expuestos. Esta es una de las razones primordiales de que el cáncer haya pasado de ser responsable del 3% de las muertes (a principios del siglo XX) a la alarmante cifra del 20% a finales del mismo. En el idéntico periodo se ha presentado un altísimo incremento de las muertes por insuficiencia cardiaca y por padecimientos de orden cerebral. En este último aspecto, los síndromes de Alzheimer y de Parkinson se han triplicado en varias naciones de primer y segundo mundo. Sin dejar de mencionar la baja generalizada en la producción de esperma en los hombres. Una abultada lista de estudios realizados, considera que la principal causa de este deterioro del organismo humano es la exposición permanente y continua, a una enorme cantidad de sustancias químicas de carácter tóxicas. De manera alarmante, la mayor parte de esta exposición suele darse a través de los alimentos que ingerimos, mismos que no ofrecen suficiente información acerca de sus dañinos contenidos.
Por su parte, la contaminación ambiental se ha incrementada a tales niveles, que se ha registrado en el cordón umbilical y en la leche materna la presencia de ciertos compuestos orgánicos persistentes, que forman parte del grupo de los compuestos químicos más nocivos por ser cancerígenos, provocar mutaciones genéticas y acumularse en la grasa del cuerpo humano. Esto significa, para nuestro asombro y miedo, que la exposición a los químicos tóxicos ya inicia desde antes de nacer.
Por lo anterior, si el siglo XX es considerado “el siglo de la química”, nuestro convulso siglo XXI será denominado “el de la biotecnología”, por la constante introducción masiva de organismos modificados genéticamente (transgénicos) al medio ambiente y a nuestra alimentación diaria, sin llevar al cabo las evaluaciones pertinentes que se requieren para poder evitar sus impactos a mediano y largo plazo. Los transgénicos pueden implicar altos riesgos a nuestra salud, así como al entorno natural. Otra de las amenazas a la salud más temibles, está relacionada con nuestros hábitos alimenticios y el creciente consumo de comida procesada, con enormes contenidos de azúcar, fructuosa, grasas saturadas, sal y gran variedad de aditivos. Las instituciones mexicanas de salud admiten que el perfil epidemiológico se alteró de forma dramática y que hoy día las más graves enfermedades son la diabetes y otras más relacionadas al sobrepeso, la obesidad y los cambios en nuestros hábitos alimenticios. Pese a todo lo anterior, el consumidor nunca recibe información adecuada con relación a los inminentes peligros que implica el hábito en el consumo de los productos llamados “chatarra”; no existe una legislación que en verdad regule su venta, no existen campañas informativas y de educación, no hay ningún tipo de presión sobre los irresponsables e insensibles fabricantes para que optimicen la calidad alimenticia de sus productos, no existe regulación alguna sobre la tendenciosa publicidad, muy en especial, a aquellas que está dirigida a niños.
Pese a que la Ley Federal de Protección al Consumidor proclama el derecho básico a la protección de la vida, la salud y la seguridad, negligentemente no establece ninguna regulación clara, precisa y sistemática de este derecho.
Así pues, y como otro ejemplo más de falta de conciencia, ética y honestidad, ese derecho queda, en su totalidad, en “letra muerta”.
Con información de El poder del consumidor.
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