Ciudad de México, 8 Ago.- En México, las últimas dos décadas han estado marcadas por escenarios políticos inéditos y, sobre todo, una realidad social compleja y constantemente cambiante. La transición democrática a finales de la década de los noventa (1997 y 2000), la proliferación de los medios electrónicos de comunicación (Internet, redes sociales, teléfonos celulares, etc.), y una sociedad que poco a poco se empodera y demanda mejores gobiernos, han generado una gran expectativa de cambio en nuestro país.
Desafortunadamente, lo que parecía el inicio de una nueva ruta de transformación social y política para México, hoy no parece tener rumbo claro ni generar consensos sobre los objetivos a seguir ni las estrategias para lograrlos. Quizás el último movimiento que convocó colectivamente a la población y generó una respuesta relativamente unánime de múltiples actores sociales, fue el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, liderado por Javier Sicilia en 2011. Sin embargo, el impulso de este movimiento fue temporal y sus estrategias respondían a la coyuntura de violencia del país.
A partir de esta carencia de visión de largo plazo, resulta fundamental hacernos algunas preguntas y, más importante aún, tratar de responderlas mediante un diálogo colectivo y diverso: ¿Hacia dónde va México? ¿cómo imaginamos nuestro país dentro de 10 y 20 años? ¿cuáles son los factores de fortaleza que favorecerán los cambios que anhelamos? ¿qué actores liderarán dichos cambios? ¿qué clase de ciudadanos necesitamos para lograrlos?
Si bien es cierto que algunos temas, como la inseguridad y el crimen, han capturado la atención y los recursos nacionales en los últimos años, debemos saber también que ningún proyecto de país se logra reaccionando ante las emergencias y postergando la planeación del futuro. Ante la falta de un llamado nacional y legítimo a construir México, florecen liderazgos y movimientos gremiales egoístas, que sólo atienden agendas propias y sólo buscan satisfacer sus necesidades de corto plazo.
Es necesario comprender que el futuro de México debe transitar por un proceso de reconciliación y cohesión social, un pueblo dividido no camina en la misma dirección ni puede alcanzar objetivos comunes. Para lograr dicha cohesión, es necesario enfocarnos en tres de los factores que fracturan y disgregan al país: la desigualdad, la impunidad, y el divorcio entre ciudadanos y gobierno.
Existe evidencia de que la desigualdad (no la pobreza) es uno de los principales factores generadoras de violencia. El acceso desigual a servicios y recursos, provoca también una sensación de injusticia y agravio entre las poblaciones más vulnerables. Esta condición de desventaja representa un gran obstáculo para el desarrollo del país, y no se explica mediante razones relacionadas con el esfuerzo y el trabajo, sino por factores aleatorios, como el lugar o la familia en que se nace. Además, la desigualdad se arraiga y alimenta de un modelo económico que concentra los recursos en unos cuantos privilegiados y despoja a los más débiles en pos de la generación de utilidades.
Por otra parte, la impunidad se ha convertido en uno de los más profundos agravios sociales de los últimos años. La mayoría de los mexicanos consideramos que la corrupción es uno de los principales problemas del país. Sin embargo, la ruta a seguir para fortalecer (en algunos casos reestablecer) el estado de derecho y la gobernanza es complejo, la corrupción y la impunidad forman parte de un ciclo que se retroalimenta y auto-refuerza. Si bien los recientes avances en materia legislativa e institucional abren grandes posibilidades en el combate a la corrupción, nada relevante sucederá si no se garantiza el cumplimiento de estas nuevas leyes y la efectividad de las instituciones creadas. Es decir, no resolveremos la corrupción si no erradicamos la impunidad, y viceversa. Este ciclo que parece impenetrable, sólo podrá romperse mediante el empoderamiento de la sociedad civil, generando mecanismos de participación que le otorguen poder real, más allá de elecciones y denuncias públicas.
Adicionalmente, es imprescindible que ciudadanos y gobierno recuperemos y construyamos confianza mutua. Los ciudadanos debemos saber que existen políticos y servidores públicos bien intencionados, comprometidos con el futuro del país y capaces de conducirse con altos estándares éticos. Además, debemos ser capaces de identificarlos y encontrar caminos de colaboración y diálogo. En otras palabras, necesitamos recuperar y depurar a nuestros gobiernos, superando el discurso de que nadie es confiable y todo está mal.
Quienes creemos merecer mejores gobiernos, debemos también ser mejores ciudadanos.
Asimismo, la clase gobernante necesita tener la certeza de que su mal comportamiento y deshonestidad no quedarán impunes (ya se mencionó la impunidad); pero también es fundamental generar incentivos para aquéllos dispuestos a reivindicar la política y el servicio público. Estos incentivos pueden ser electorales, de reconocimiento público o la simple difusión de una buena acción. En este sentido, las redes sociales proveen mecanismos simples, eficientes y de bajo costo para generarlos.
Un buen primer paso sería comenzar por escucharnos, los ciudadanos constantemente juzgamos con ligereza y sobre-simplificamos el ejercicio de gobierno, pasando por alto la tremenda complejidad de uno de los problemas que afectan a nuestro país. Los gobiernos, a su vez, se aíslan de la realidad, ignorando por completo las necesidades de la población y presentando argumentos en lugar de resultados. Esta insensibilidad convierte al servicio público en un burdo ejercicio de obtención y conservación de poder.
En resumen, no hay futuro claro para nuestro país, si no definimos antes el rumbo y los objetivos de largo plazo. Este futuro debe tener bases en la cohesión social y en una visión común, lo cual sólo será posible si erradicamos los factores que generan división y desconfianza entre los mexicanos.
Finalmente, cabe aclarar que el presente texto no pretende ser exhaustivo ni conclusivo, sino apenas comenzar una discusión que nos obligue a mirar el futuro de México desde perspectivas más amplias, más incluyentes y de largo plazo.