Por Ignacio Anaya
Ciudad de México, 7 Feb.- Si se consideran los términos expuestos en el diccionario de la Real Academia Española, el muro que obsesiona a Donald Trump en realidad constituye el proyecto de una nueva muralla en la historia de la humanidad, que se sumaría a las fortificaciones construidas a través de la historia en culturas variadas como la española, la romana, la árabe y la española, entre muchas más.
De acuerdo al diccionario oficial una muralla es “la obra defensiva que rodea una plaza fuerte o que protege un territorio” y eso es lo que el presidente republicano quiere en realidad: aislarse. La definición de muro no da para dimensionar ese propósito. Por eso hay que hablar de muralla, una aproximación más precisa a la percepción de temor, cuidado o miedo que puede tenerse y que conlleva la decisión de salvaguardarse.
La muralla que Trump quiere construir, por eso, no debe dimensionarse únicamente en la frontera con México sino en la globalización misma. Si se revisan las medidas tomadas en los primeros días de su administración se podrá observar que el presidente también está levantando tapias ideológicas en diversos lugares y realidades.
Es por eso que el problema no lo constituye la obra física en sí ni mucho menos quién la tendría que pagar. Aquí el tema es el miedo con el cual Trump está buscando gobernar. MIEDO, con letras grandes. Sí; temor, preocupación, pavor, terror o angustia podrían ser sinónimos de esa personalidad insegura que también recela del libre mercado, de la convivencia con otras culturas y razas, así como de la libertad de expresión.
Quizá por ello habría que ayudarle al empresario metido en la política a construir esa muralla, con un poco de suerte se queda atrapado dentro de su fortaleza y deja de amenazar. Bueno, esta sería una solución efectiva, pero bien sabemos que la realidad opera de otra manera.
Quienes viven en la frontera México-norteamericana, por ejemplo, saben que la línea divisoria ya cuenta con cientos de kilómetros de vallas de seguridad, si bien persisten innumerables puntos de paso ilegal a lo largo de la extensión geográfica de 3, 185 kilómetros que divide a las dos naciones. Y muchos de esos puntos están dentro de territorio norteamericano, particularmente en sus aeropuertos. Son decenas y decenas de miles los extranjeros que han ingresado legalmente (con visa de turista) por vía aérea, aspecto que la muralla no resuelve.
Aquí es necesario señalar que la necesidad de controlar el flujo ilegal de extranjeros no es nueva y que ha incluido la construcción de vallas para detenerlos. En este sentido Trump recibió el gobierno de un país fuertemente custodiado en sus linderos con México a través de muros construidos por administraciones anteriores.
¿Cuál es, entonces, la diferencia entre su deseo de levantar diques enormes frente a México y las acciones similares impulsadas por otros mandatarios norteamericanos? Sin duda el factor del miedo. Ahí está, en esa palabra, una primera aproximación conceptual a la muralla que Trump quiere levantar para sentirse seguro.
Una muralla que ha construido en su mente. Una barrera que imagina similar a la que tiene Israel. Un recurso que supone podrá por sí mismo detener el arribo de indeseables a su país. Una división para resguardar a quien se quede dentro.
Pero lo que Trump no parece comprender y sus colaboradores tampoco es que gran parte de sus temores se los han construido ellos mismos. Sean hechos de sangre o proyecciones de histeria colectiva, el temor recogido por Trump durante su largo trayecto a la Casa Blanca e interiorizado voluntariamente es un lado oscuro del American way of live. Un temor que la falta de información y humildad no le permiten comprender.
En estos días el muro ha dejado de aparecer en el discurso del presidente estadunidense. Supuestamente ya no habla públicamente de él por acuerdo con el presidente Enrique Peña Nieto, establecido durante una llamada telefónica.
Manipulador como es de la comunicación, quizá decidió ofrecer ese pacto porque mediáticamente ya habría perdido la batalla por una abstracción personalmente asumida. Es muy temprano aún para saberlo, como difícil resulta por ahora conocer si Trump presenta algún trastorno de personalidad. En este sentido las consecuencias de entregar el poder a una personalidad esquizoide como la suya son problema en primera instancia del país que lo eligió.
En sus dos primeras semanas de gobierno Trump ya abrió muchos frentes de manera simultánea, fuera y dentro de su país. Si la muralla anhelada termina construyéndose, esta agorafobia seguirá expandiéndose hasta que Trump termine por hundir a su país o éste lo hunda a él.