Ciudad de México 25 de Mayo
El Artista Anónimo
A través del ineludible devenir de la Historia Universal, miles, millones de artistas anónimos han conformado un sinfín de obras de arte que hoy disfrutamos por sus indiscutibles niveles estéticos. Este artículo les rinde un sincero y merecido homenaje.
De entre los lenguajes artísticos existentes, el de la Arquitectura descuella por la cantidad de personas que lo disfrutan en calles, avenidas, parques, glorietas, plazas, parques y centros comerciales. En efecto, ya que directa o indirectamente, estas obras construidas forman parte de nuestro entorno cotidiano. Sin embargo, y tal vez como una ironía más, sabemos demasiado poco, si no es que nada, de los miles de hombres -“artistas anónimos”- que con sus habilidades, tesón y férreo trabajo, hicieron posibles todas estas maravillas que engalanan a las ciudades del mundo.
Podremos conocer, si es el caso, el nombre del o de los arquitectos involucrados en tal o cual obra, pero difícilmente se les da crédito y reconocimiento a esas decenas de miles de artesanos, trabajadores, obreros, albañiles, quienes en realidad son los que realizaron y llevaron a la concreción y funcionalidad estas piezas arquitectónicas.
En una de sus más logradas novelas, “Los Pilares del Mundo”, el inglés Kent Follet aborda este tema de manera magistral y directa. Sí, él se pregunta quiénes participaron en la creación y edificación de tantas iglesias, abadías, catedrales, monasterios, conventos. Y se cuestiona también y de inmediato: ¿Cómo vivían? ¿Bajo qué circunstancias es que desarrollaron su oficio? ¿Qué maltratos e injusticias tuvieron que padecer? ¿Qué ilusiones y anhelos se forjaron entre sus vidas y sus obras? ¿Qué amores y desamores vivieron en carne propia? ¿Cómo solventaron el hambre, el desempleo y la ignominia?
Y al darles respuestas a estas y otras preguntas, Follet nos introduce a un mundo medieval corrupto, ignorante, peligroso y hambreado, en el cual acontecen un sinfín de experiencias diversas, protagonizadas por carpinteros, canteros, ebanistas, vidrieros, dibujantes, escultores, albañiles… cada uno de ellos con sus propias esperanzas y expectativas existenciales, que la mayoría de las veces no iban más lejos que el poder asegurar el pan y el techo húmedo y frío de cada día.
¿O será, acaso, que tú no te has preguntado, cuando has entrado a alguna iglesia, catedral, palacio, zócalo, estadio, quiénes lo construyeron y qué aconteció en sus vidas mientras realizaban sus obras arquitectónicas? Tal vez no, pero siendo sinceros, ¿no te parece fascinante el indagar o por lo menos imaginar al respecto?
Lo que resulta en verdad asombroso es que hoy en día siga sucediendo lo mismo, exactamente lo mismo. Sólo cambian algunas fechas, nombres, lugares, pero la circunstancia es idéntica. Hace tan sólo un par de semanas, mientras caminaba por la hermosa avenida Paseo de la Reforma, me detuve a contemplar, entre azorada y sorprendida, un rascacielos imponente que se estaba construyendo. Con más detalle pude observar pequeñísimas figuras que se movían, que soldaban piezas, que acarreaban materiales sin ninguna protección y a una altura descomunal.
Fue ahí, entonces, que me llegó como un rayo fulminante la novela de Follet, y empecé a preguntarme sobre esas figuritas diminutas, ajetreadas, afanosas; sobre esos valerosos artistas anónimos salvando sus días, su sustento; salvando su vida.