La última vez que se vieron estas amigas fue en abril de 1945, durante la liberación de un centro de trabajo anexo al campo de concentración de Buchenwald, en Alemania.
Fueron deportadas en junio de 1944 por actos de resistencia contra el ocupante alemán.
Renée Guette tiene 98 años. Su amiga, Andree Dupont, a la que llama Dédée, uno menos.
“Renée, me conmueve mucho volver a verte”, dijo Dédée con voz temblorosa. “Te envío un fuerte beso, mi niña”, añadió lanzando un beso con la mano.
“¿A ti también te vuelven (a la mente) los recuerdos?, preguntó Dédée a Renée, que vive en Estados Unidos desde los años 70.
“¡Ay sí! Y eso que estoy lejos; no me lo quito de la cabeza. Hay demasiadas cosas que no podemos expresar”, contestó.
Días antes de la celebración del 80 aniversario del Día de la Victoria en Europa, que marca el final de la Segunda Guerra Mundial en el continente, las mujeres compartieron su emotiva historia de sacrificio y sufrimiento.
Ambas amigas nacieron en 1927 y se criaron en pueblos franceses separados por unos 350 kilómetros.
Tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial y la invasión de Francia por la Alemania nazi, las adolescentes de apenas 16 años se unieron a las redes de resistencia de sus pueblos en 1943.
Dédée se convirtió en “oficial de enlace” transmitiendo mensajes -y a veces armas- a través de la región de la Sarthe (oeste) con su bicicleta. Era guapa y rubia, dos condiciones que se creían ideales para la labor.
Un día, recuerda, “llevaba una toalla con un revólver desmontado dentro, y sonreía al pasar junto a los alemanes”.
Renée era una empleada de correos que pasaba de contrabando cupones de racionamiento y mensajes a los combatientes de la resistencia.
En abril de 1944, Dédée fue detenida junto con otros resistentes: 16 en total, incluidos su padre y su tía.
“Estaba doblando la ropa hacia las 10 de la noche. Oí golpes en las puertas y supe enseguida lo que estaba pasando”, relató.
Renée fue detenida cuatro días después por un agente francés de la Gestapo, la policía secreta de la Alemania nazi.
“Me dijo: ‘Así que una jovencita de buena familia se extravió’”, recuerda. “Y yo le contesté, para hacerle entender, que él también se extravió. Me dio una bofetada”.
Las dos amigas adolescentes se conocieron en una prisión de Romainville, cerca de París, donde se enteraron del desembarco. “¡Pensábamos que estábamos salvadas! Pero los alemanes nos necesitaban para trabajar en las fábricas de guerra”.
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